Complot contra El Complot

Édgar Velasco
6 min readApr 17, 2019

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Portada del libro «El complot mongol», de Rafael Bernal, en la edición de 2011

Es necesario comenzar dejando las cosas claras: El complot mongol (1969) es una de las mejores novelas mexicanas de la segunda mitad del siglo XX. Sí, en este punto de la vida es una necedad decirlo: quienes años ha nos topamos con el libro sabemos de su genialidad y de su papel fundacional en el género de la novela policiaca en el país. Rafael Bernal construyó una novela sólida, llena de humor negro, ambientada en un México que, por una parte, buscaba consolidarse como moderno — con instituciones y leyes — y, por el otro, se aferraba a ese legado de la Revolución — con sus mandos militares y matones — que cada vez quedaba más diluido.

Grosso modo, la historia dice así: el presidente Kennedy está a punto de visitar México, pero hay rumores de que hay un plan de la China comunista para matarlo durante su estancia en el país. Filiberto García, un exrevolucionario que ahora se desempeña como matón a sueldo para un Coronel y que tiene buenas relaciones con el barrio chino de la capital del país, es comisionado para confirmar o desmentir el rumor. Contará con el apoyo de un agente del FBI y uno de la KGB. Siguiendo las reglas del género negro, hay una chica linda en la historia, Martita. Con maestría, Rafael Bernal teje una trama ágil, bañada de humor negro y que, al mismo tiempo, ofrece un retrato de la sociedad mexicana de los años sesenta y de la capital del país, al tiempo que critica las ansias modernistas y todas esas cosas que históricamente han aquejado a México: los negocios debajo de la mesa, las intrigas políticas, el influyentismo o, en palabras del mejor amigo de García, El Licenciado: la cuatificación.

El complot mongol es, pues, una obra maestra.

Y si todos estamos convencidos de que El complot mongol es genial, ¿qué necesidad hay de ponerse a teclear otra vez para decirlo? Bueno, porque existe el riesgo de que alguien se meta a una sala de cine a ver El complot mongol (Del Amo, 2019) y se haga una falsa idea de la historia y termine pensando que el libro es tan malo como la película. ¡Pinches adaptaciones!

Cartel promocional de la cinta «El complot mongol», 2019

¿Es mala la película de Del Amo? Si alguien ha leído la novela, sí: es malísima. Si alguien no la ha leído, pero conoce los antecedentes del libro, también. Incluso para alguien que no tenía idea de que existiera el texto de Bernal es mala. Quizá estoy siendo demasiado duro: la película a ratos logra entretener, pero sólo a ratos. Y que no se me malinterprete: escribo sin ponerme el traje de purista. Pero es que la cinta tiene fallos que hacen imposible tomarla en serio. En su intento por hacer una película “divertida”, la llevaron al extremo de la caricatura y de los clichés. Por ejemplo: Martita (Bárbara Mori), la chica linda, es una china que está de ilegal en México. La caracterización es muy buena, tanto que Mori no se parece a sí misma. Y todo está muy bien hasta que… habla. Pudiendo encontrar mil soluciones, los realizadores cayeron en el lugar común y, como dicta el cliché, Maltita habla cambiando algunas letlas por la l. Así, podemos ver una fantasía de Filiberto García (Damián Alcázar) imaginándose a Martita llamándole mientras ésta susurra: «Filibelto… Filibelto…». ¡Pinches facilones!

En la novela los gringos espían a los rusos, los rusos espían a los gringos, gringos y rusos espían a García, que investiga a los chinos que lo vigilan a él, pero en la película todo este entramado está resuelto de la manera más obvia: miradas fijas, el gag de mirar a través del periódico, los agentes mal disimulados… otra vez, una caricaturización innecesaria. Teniendo en sus manos la posibilidad de hacer una buena película que ya era cómica por sus diálogos y el humor negro, Del Amo cae en la tentación de hacer una cinta de chistes obvios y pastelazos fáciles. ¡Pinches pastelazos!

Filiberto García es un hombre que se ha hecho mayor. Es un matón que ha visto cómo ha ido quedando fuera de la jugada política y sólo recurren a él cuando es necesario ejecutar a alguien a la antigüita — «a pura bala» — cuando otro alguien no se quiere ensuciar las manos. Su crisis existencial se ve agudizada cuando, teniendo todo para poseer a Martita carnalmente, prefiere no caer en la tentación y luego se recrimina a sí mismo por hacerlo — “Ora sí le estoy haciendo al maje. Al puritito pendejo”, “En lugar de aprovecharme, le hago a la novela Palmolive. ¡Pinche novela!”, se dice Filiberto y se la pasa repitiendo cada vez que, por una u otra razón, termina sacándole la vuelta a Martita: “¡Pinche maricón! No aproveché cuando tenía miedo y ahora como que no me estoy aprovechando de que está agradecida” — . Bueno, toda esta crisis personal de Filiberto queda diluida en la adaptación, en la que no quedan claros los antecedentes de García y cómo es que tiene esa amistad con el Coronel (Javier López, Chabelo) o por qué recurre a él cada vez que necesita un trabajito de esos . Los cortones que Filiberto le da a Martita se notan tan forzados en la película que el espectador no puede explicarse por qué le saca al parche, cuando en la novela queda perfectamente explícito: «Tal vez lo de Martita esté mejor así. A mi edad ya es mejor tomar las cosas con calma para gozarlas, pero nunca lo he hecho».

Del Amo abusa de los planos cerrados, y con esto priva a su versión de otra de las características fundamentales de la novela de Bernal: la calle. El complot mongol es una novela que no se entiende sin las calles de la Ciudad de México y, obviamente, del barrio chino. Por otra parte, en los diálogos abusa del close up. Ejemplo: la secuencia en la que el Coronel organiza un encuentro entre García y Rosendo del Valle (Eugenio Derbez) para que éste conozca al matón está armada con planos cerrados de cada personaje, lo que termina quitando naturalidad al diálogo porque parece estar armado con pura pedacera. El recurso se repite en prácticamente todos los diálogos uno a uno, lo que termina quitándole fluidez visual a la narración.

Finalmente, uno de los principales retos que debieron enfrentar Del Amo y su equipo de guionistas es el de la voz que lleva el hilo de la narración. Y, hay que decirlo, no es un reto menor. La novela de Bernal intercala la narración en tercera y primera persona y cambia de voz indistintamente en toda la historia, es decir, la novela está contada al mismo tiempo por Filiberto García y por un narrador omnisciente. Para enfrentar esta peculiaridad, Del Amo dispuso que Damián Alcázar se mantuviera realizando interacciones constantes con la cámara, es decir, con el espectador en la butaca. Sin embargo, me parece que al haber exagerado en el uso del close up para los diálogos uno a uno, las interacciones de Alcázar con la cámara quedan demasiado diluidas. Reconozco que hay un esfuerzo notable por respetar al máximo los diálogos de Bernal, aunque parece que no se dieron cuenta que la expresión «complot mongol» apenas aparece mencionada en la novela, y en la película se repite a la menor provocación.

En cuanto a las actuaciones, casi todos salen bien librados. Alcázar cumple, Mori también — excepto, clalo, pol el tono de china de petatiux — , Chabelo está subutilizado y Derbez… sigue siendo Derbez: es imposible creerle nada. Creo que hubiera preferido un Bichir. Mención aparte merece Roberto Sosa, que da vida al Licenciado — el mejor amigo de García, ya lo decía — y lo hace de manera increíble. Sin duda es el mejor de la película. ¡Pinche actuación!

Me abstuve hasta ahora de mencionar El complot mongol (Eceiza, 1977), protagonizada por Pedro Armendáriz y que fue la primera adaptación de la novela de Bernal. Con sus detalles, es una producción que vale la pena revisitar. Nomás por comparar un par de puntos: acá vemos cómo Eceiza decidió presentar la historia como si García se la estuviera platicando al Licenciado, resolviendo así los saltos de narrador de la novela. Y, por otro lado, acá Martita habla bien, no como china letlasada.

En fin. Lo mejor es que cada quien saque sus propias conclusiones. Pero eso sí: que la adaptación no los prive de echarse un clavado en la novela y disfrutar de una historia delirante y fundamental para la literatura mexicana. Eso, sin duda, sería un complot contra El complot mongol, equiparable con cualquier intriga internacional. ¡Pinches chales! ¡Pinche Mongolia Exterior!

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Édgar Velasco

Patafísico reprobado. Escribo cuentos. Publiqué «Fe de erratas», «Ciudad y otros relatos» y la plaquette «Eutanasia» (Paraíso Perdido, 2018, 2014 y 2013).